Vivo en un lindo barrio. Lindo pero alejado de la Ciudad.
Eso me obliga a adquirir el arte de la combinación del colectivo con el tren y el subte, por separado o todo junto; y a visitar regularmente paradas y vehículos diversos.
La cantidad de tiempo que le dedico a dicho arte me permite reconocer algunos patrones del sentido común del ciudadano que lo habita, eso que muchos dicen y todos piensan (o bueno, casi todos) y que está calado hasta la médula con tal magnitud que no es posible recordar cuando fue que lo incorporamos como propio y lo repetimos, como loros, del modo más naturalizado.
Es de los asientos y máquinas expendedoras de boletos y timbres y puertas del transporte público de donde surgen estas historias; que no muestran otra cosa más que aquello que, nunca mejor dicho, podríamos llamar el Inconciente Colectivo.
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